Sócrates no dejó nada escrito, prueba de que consideraba la dialéctica (de la que muchos le consideran fundador) como el diálogo verbal y directo. No obstante, el hecho de que la filosofía griega se divida en un antes y un después de Sócrates, muestra suficientemente la importancia de sus opiniones, que nos han llegado recogidas por Platón. Especial importancia tienen las que tratan sobre el saber y sobre las leyes, tal como figuran en “Apología de Sócrates” y “Criptón o el deber del ciudadano”
SOBRE EL SABER
Creo que habréis conocido a Cherefón: era mi amigo de infancia y amigo de la mayoría de vosotros, compartió con vosotros los dolores del destierro y no volvió sino con vosotros; bien sabéis que clase de hombre era y cuánto era su ardor en todo lo que emprendía. Pues bien, un día que fue a Delfos, se atrevió a preguntar al oráculo – y os pido una vez más, atenienses, que no prorrumpáis en murmullos-; le preguntó si había en el mundo algún hombre más sabio que yo. La Pitia respondió que ninguno. Cherefón ha muerto; su hermano, aquí presente, os certificará lo que os digo. [1] …
Largo tiempo estuve lleno de perplejidad tocante el sentido del oráculo; hasta que por fin, después de muchas incertidumbres, el deseo que tenía de conocer la intención del dios me hizo adoptar el partido que vais a oír.
Me fui a casa de uno de nuestros conciudadanos, que pasa por sabio, a espera de que allí, mejor que en parte alguna, podría convencer de falsedad al oráculo y decirle:
– Tú has declarado que soy el más sabio de los hombres y, sin embargo, éste lo es más que yo.
Conque examinando a este hombre … y conversando con él, encontré que pasaba por sabio a los ojos de casi todos los hombres, sobre todo a los suyos, y que no lo era. Me esforcé en seguida por mostrarle que se creía sabio, pero que se engañaba… Después de separarme de él razoné dentro de mí de esta manera:
Yo soy más sabio que este hombre. Puede que ninguno de los dos sepa nada de bello ni de bueno; pero él cree que sabe algo. Paréceme, pues, que soy algo más sabio, cuando menos en que yo no creo saber lo que no sé.
De allí me fui a casa de otros de los que pasaban por ser todavía más sabios que el primero y me encontré con lo mismo, atrayéndome un rencor más, y el rencor de muchas otras personas.
A seguida continué mis pesquisas… Tuve que andar… por las casas de cuantos tenían fama de sabiduría; y, os lo juro … que esto es lo que hallé según hacía mis pesquisas para comprender el sentido del oráculo: que los dotados menos felizmente para la sabiduría y aquellos que la tenían menos, me parecieron mejor dispuestos para ella….
Después de los personajes políticos hube de dirigirme a los poetas… seguro de coger en flagrante mi ignorancia respecto a ellos y tomé, pues, de sus poesías las que me parecieron trabajadas con mayor cuidado; y les pregunté qué es lo que habían querido decir, pues deseaba instruirme.
Me da vergüenza, atenienses, el deciros la verdad; pero no tengo más remedio que decírosla: de todos los allí presentes apenas si había uno que no fuera capaz de dar cuenta de estas poesías mejor que los que las habían hecho. Reconocí, pues, que no es la razón lo que dirige al poeta, sino una inspiración natural, un entusiasmo semejante al que transporta a los adivinos y a los que predicen el porvenir; todos ellos dicen cosas muy bellas, pero no comprenden nada de lo que dicen.
He aquí, en mi opinión, lo que les pasa a los poetas; y reparé al mismo tiempo que su talento para la poesía les hacía creer que eran también para todo lo demás los más sabios de los hombres: lo cual no eran.
Me separé, pues, de ellos, convencido también de que les era superior de la misma manera que éralo ya a los hombres políticos.
Por fin me dirigí a los artífices. Con la conciencia de que nada sé de artes, por decirlo así, sabía que ellos tendrían una infinidad de bellos conocimientos; en lo cual no me engañé, pues sabían muchas cosas que yo no, y en eso me ganaban. Pero me pareció, atenienses, que los grandes artífices pecaban por donde pecaban los poetas. No había uno que, por sobresalir en su arte, no presumiese de entender de todo lo demás, sino de las más graves materias, y este defecto les perdía. Echaban a perder todo lo que sabían con todo lo que creían saber. De suerte que me interrogaba a mí mismo haciendo las veces del oráculo y me preguntaba si preferiría ser tal como soy sin la sabiduría de ellos, ni tampoco su ignorancia, o tener lo que ellos, sus cualidades y sus faltas. Y me respondí a mí mismo y al oráculo que es preferible ser tal como soy.
Estas pesquisas son, atenienses, las que han levantado contra mí tantas enemistades, y tan violentas y enfadosas, de ahí las calumnias, de ahí también mi reputación de sabio. Porque los que me oyen se imaginan que sé todo aquello sobre lo cual descubro la ignorancia de los demás; cuando tengo para mí, atenienses, que sólo el dios es verdaderamente sabio y que lo único que ha querido decir él con su oráculo es que toda la sabiduría humana es poca cosa, o nada. Y es evidente que Apolo no ha querido decir que Sócrates sea sabio; sino que se ha servido de mi nombre para citarlo de ejemplo, como si hubiera dicho: “Mortales, el más sabio de vosotros es aquel que, a ejemplo de Sócrates, reconoce que nada es su sabiduría.” Así es que todavía hoy sigo indagando, por penetrar bien el sentido del oráculo, y voy por todas partes examinando a unos y a otros, ciudadanos o extranjeros, a todos cuantos me parecen sabios; y cuando veo que no son, confirme el oráculo de Apolo. Por causa de esta ocupación no he tenido tiempo de prestar servicio de alguna importancia ni a la República ni a mi familia, y mi celo por el servicio del dios me ha llevado a una pobreza extrema.
Además de esto los jóvenes que tienen más rato libre y que pertenecen a las más ricas familias, me siguen con gusto y se complacen en ver cómo prueba a los hombres; y muchas veces hasta me imitan e intentan probar a otros… de ahí nace que todos aquellos que de este modo resultan convictos de ignorancia, se irritan contra mí, no contra sí mismos como debieran, y se van por ahí diciendo que Sócrates es un malvado, un infame, que corrompe a los jóvenes.
SOBRE LAS LEYES
Critón
… No me parece bien en ti que quieras entregarte tú mismo cuando puedes hacer que nosotros te salvemos. Con eso secundas los propósitos de tus enemigos; conspiras con ellos por tu perdición. Me parece también que traicionas a tus propios hijos, que los abandonas a la suerte y a todas las desdichas que suelen pasar los huérfanos; cuando es así que pudieras criarlos y educarlos. … temo que se nos acuse de debilidad y de cobardía a nosotros por no haberte salvado y a ti por no haber consentido en ello, siendo tan fácil la fuga, a poco que hubiésemos querido ayudarnos unos a otros.
Sócrates
… Hay que examinar si eso que me propones debe hacerse o si el deber me lo prohibe… Los principios que profesé toda mi vida no me es dado abandonarlos hoy porque mi situación haya cambiado… Lo que hay que examinar ahora es si con arreglo a la justicia cabe que intente yo salir de aquí sin el consentimiento de los atenienses. Caso de que sí, intentémoslo; de lo contrario, desistamos de ello. Por lo que hace a esas consideraciones de dinero que gastar, fama que perder e hijos que educar, resguárdate, Critón, que así es precisamente como razona esa multitud insensata que condena de ligero a un hombre a muerte y que de seguida, con la misma ligereza, le devolvería la vida, pudiendo. No; nosotros no podemos, en razón, considerar otra cosa que lo que ahora decíamos, a saber: si pagando con dinero el servicio que recibamos, haremos una acción justa; si ellos, los carceleros, sacándome de aquí, y yo consintiéndolo, obramos justamente; o si al obrar así cometeremos una injusticia todos. Es lo único que hay que tener en cuenta; y si resulta lo último, que no somos justos obrando así, no hay que discutir siquiera que hay que esperar la muerte con tranquilidad y sufrirlo todo primero que cometer injusticia ninguna…
Comencemos, pues, la discusión partiendo del principio de que nunca se debe ser injusto, ni devolver injusticia por injusticia, ni vengarse de un mal con otro mal…
… Si estando nosotros para fugarnos o para salir de aquí, como quieras decirlo, viniesen las Leyes y el Estado y presentándose delante de nosotros nos dijeran:
Las Leyes
-¿Qué vas a hacer tú, Sócrates? La acción que intentas tiene otro fin que el destruirnos, en lo que está de su parte, a nosotras, que somos las Leyes, y con nosotras a toda la República. ¿O crees posible que subsista el Estado y no caiga por su base cuando las sentencias que se dan no tienen fuerza alguna y son violadas y anuladas por simples particulares?
… “Considera pues –añadirían las Leyes- que si decimos la verdad, como tú reconoces, lo que intentas contra nosotros no es justo. Porque no sólo te hemos dado la vida, te hemos alimentado y educado, te hemos hecho compartir, a ti y a los demás ciudadanos, aquellos bienes que podemos, sino que además declaramos que cualquier ateniense que después de haber sido inscrito en la clase de los efebos y de haber visto como funciona la República y de habernos visto a nostras las Leyes, quiera irse, libre es de hacerlo y tiene derecho, si no le gustamos a emigrar con sus bienes dondequiera… Pero aquel que se queda aquí después de saber como administramos justicia y regimos los negocios de la ciudad, de ese decimos que solo el hecho de quedarse se ha comprometido a hacer cuanto le ordenemos; y si no obedece, le declaramos tres veces culpable: lo uno, porque nos desobedece, a nosotras que le dimo el ser; lo otro porque nos desobedece a nostras que le dimos la educación; y luego, porque haciendo contraído la obligación de sernos sumiso, no quiere ni obedecer ni persuadirnos, si hacemos algo que no esté bien….
¿Tendrás el cinismo de repetirles lo que sueles ahora; de que el hombre debe amar por encima de todo la virtud, la justicia, las leyes, la obediencia a las leyes?
Dices que por tus hijos quieres vivir, para criarlos y educarlos. ¿Y cómo es eso? ¿Los llevarás a Tesalia[2] a educarlos? ¿Los harás extranjeros, encima, para que se deban este otro favor? ¿O no harás esto, sino que los dejarás en Atenas, lejos de ti, y así, aun cuando no estés con ellos, se criarán y educarán mejor? Tus amigos se cuidarán de ello; cierto. Pero ¿Qué necesidad tienes de irte a Tesalia desterrado para que los amigos se cuiden de la educación de tus hijos? ¿Es que si vas al Orco los han de abandonar? …
Si haces lo que te propones, huir, no tornas mejor tu causa, ni más santo, así para ti como para los tuyos, aquí ni en el otro mundo que te espera. Mientras que si mueres ahora, mueres víctima de la injusticia, que no de las Leyes; mueres víctima de los hombres. Más si te fugas, cometiendo injusticia a tu vez y de un modo tan vergonzoso, volviendo mal por mal, violando tus convenios con nosotras, maltratando a aquellos a quienes debes mayores miramientos, a ti mismo, a tus amigos, a tu patria, a nosotras las Leyes, si tal haces, entonces te perseguiremos mientras vivas con toda nuestra enemistad, y después de tu muerte nuestras hermanas las leyes de los infiernos no te acogerán bien, sabiendo que hiciste cuanto estuvo de tu parte por derrocarnos.
[1] Se cuenta de modo algo diferente la respuesta de la Pitia. El Scholiasto de Aristófanes le hace decir: “Sófocles es sabio; Eurípides aún más sabio que Sófocles; pero Sócrates es el más sabio de todos los hombres”. Según Jenofonte, Apolo respondió: “que no había ningún hombre más libre, másd justo, más cuerdo”.
[2] País en el que reinaban la licencia y el libertinaje