Cuestión de fe

FE PERSONAL Y FE COLECTIVA

La falta de unas referencias absolutas de certeza universal, hace que toda construcción de sentido de la existencia tenga que descansar en última instancia en unos axiomas no demostrables, en la fe depositada en una determinada creencia. Debido a la función profunda, básica y esencial que desempeña la creencia en la que se deposita la fe, ésta tiene una repercusión global sobre toda la existencia, lo que la convierte en una trayectoria vital personal.

En los primeros años de vida es el entorno el que determina la fe de un individuo. Un niño es musulmán, si sus padres son musulmanes; ateo, si lo son sus padres, y cristiano, si ésta es la creencia familiar. Estas creencias apenas tienen incidencia en el desarrollo del niño. Los factores que a esa edad condicionan su plenitud son los cuidados, atenciones y afectos que recibe y la armonía existente entre los componentes del conjunto familiar. A medida que crece se va a encontrar con que estas creencias se convierten en ideología y en un conjunto de esquemas que van a definir el sentido de su existencia y a intentar regular de muy diferente forma tanto sus pensamientos como sus actuaciones públicas y privadas. La reacción personal ante la pretensión de modulación exterior, varía totalmente según que los individuos tenga una mayor o menor sensibilidad, personalidad y capacidad crítica y reflexiva y según que el entorno sea más o menos abierto o cerrado, monolítico o plural, y según que los problemas que se presenten se afronten de forma armonizada o con enfrentamientos que pueden alcanzar una extrema gravedad.

La problemática resultante es muy compleja y no es este el lugar para abordarla en toda su extensión, pero si para afrontar el aspecto quizá más esencial: como resolver el conflicto manteniendo una doble fidelidad: fidelidad a sí mismo, a la personal trayectoria vital y fidelidad a toda la comunidad humana, sin exclusiones preconcebidas.

Es evidente que el mantenimiento de esta doble fidelidad se resuelve en cada individuo de forma singular. Para algunos consistirá en aferrarse formalmente a la tradición comunitaria, aunque no mantenga el mismo rigor con el cumplimiento de sus exigencias éticas; otros buscarán un sincretismo en el que todo quepa; habrá quienes opten por cambiar de credo, mientras que no faltarán guardianes dogmáticos que batallen porque su fe sea compartida obligatoriamente por toda la humanidad. Respetando todas estas actitudes, creo que el camino para lograr la doble fidelidad es profundizar en la esencia de sus propias creencias para descubrir lo que puede ser una rica y fundamental aportación no excluyente para toda la humanidad.

Todo individuo apoya su existencia en una creencia vital, aunque ésta no siempre esté bien definida o consista en la negación de toda posible certeza. Pero es indudable que las grandes tradiciones religiosas han podido pervivir a lo largo de muchos siglos y de muchas y graves crisis internas y externas porque contenían “algo” que podía dar sentido a toda la existencia. Liberar a ese algo de toda la hojarasca que ha ido acumulando el folclore popular y la manipulación de los poderosos, descubrir sus raíces y su capacidad de aportar nueva savia a una humanidad continuamente cambiando por los progresos técnicos y las transformaciones sociales, es una tarea que puede resultar universalmente enriquecedora.

En todo caso es una tarea que compete a los mismos creyentes, pues no se trata de una crítica, ni de un análisis “objetivo”, sino de una inmersión subjetiva en la propia fe, para emerger con los supuestos tesoros encontrados y ofrecerlos a la consideración de los creyentes y no creyentes, para que puedan ser incorporados al patrimonio común de todos los humanos.

Con ese espíritu voy a relatar mi propia inmersión, justificando su condición personal por la subjetividad inherente. También debo señalar que se trata de una inmersión intelectual y que por lo tanto constituye sólo un componente de mi existencia. Hay quien opina que lo más esencial de la vida es lo que uno piensa. Yo considero que lo más esencial es lo que uno hace. Pensar, leer, escribir, es parte de ese quehacer, pero también trabajar, transformar la materia, limpiar, barrer, acoger a la gente, acudir a su petición de ayuda, escuchar,… y cuando uno mira hacia atrás, es fácil encontrar momentos de generosidad y actuaciones egoístas y mezquinas, actos heroicos y gestos de crueldad, silencios cobardes y afectos de gran ternura. La globalidad de la vida registra el balance de la vida individual y en que medida aporta un progreso o un retroceso. En mi vida hay de todo, pero ahora, en el presente texto, sólo interesa exponer el resultado de mi reflexión, exponerla de la forma más clara y completa posible, sin pretender con ello justificarme. Mi justificación ante Dios la dará el balance final de mi energética existencial.

Mi formación religiosa fue la propia del nacionalcatolicismo monopolista en la España de la posguerra, sin que mediara ninguna influencia familiar ni en pro ni en contra. Una cierta inquietud espiritual me hizo ingresar en la Juventud Obrera Cristiana, sin que en ningún momento me sintiera ligado a la estructura eclesial. A principio de los años 60 me asaltaron serias dudas sobre la naturaleza de mi fe. No voy a exponer los encuentros y desencuentros que arrastré durante varios años pues ni siquiera me acuerdo con cierto rigor ni creo que ofrezca algún interés. Lo que sí puede tenerlo son los tres axiomas sobre los que sostuve y sostengo toda mi búsqueda del sentido de la existencia:

– que toda concepción espiritual debe ser compatible con los conocimientos objetivos de la existencia que vaya aportando la investigación científica.

– que Jesús de Nazaret fue verdadero Dios y verdadero Hombre, y que la naturaleza divina es, de alguna forma, compartida por todos los seres humanos y, aunque con rango diferente, por todos los seres existentes.

– que esa fe tiene que manifestarse en el respeto y la solidaridad con todos, sin exclusiones, buscando la forma de alcanzar una eficaz y estable armonización comunitaria.

Soy consciente de que el segundo axioma es el que, a la vez que reviste una cierta confesionalidad, presenta una interpretación que no comparten muchos de los llamados cristianos. A favor de mi interpretación podría desarrollar una exégesis del Nuevo Testamento, especialmente en lo que se refiere al Cuerpo Místico de Cristo, pero si fuera algo que pudiera demostrarse dejaría de ser una cuestión de fe. Por otra parte, la cuestión de la relación entre divinidad y humanidad sobrepasa el ámbito cristiano, para situarse no sólo en el centro de cualquier sentido religioso y existencial, sino en la cuestión nuclear de la física y la cosmología, enfrentada a la progresiva ampliación de sistemas y entornos, que lleva a conclusiones tan poco demostrables como el inicio del tiempo y el espacio en un Big Bang que parte de la “nada”, como el anunciar un fin térmico al Universo, por faltar un entorno que pueda compensar la entropía del sistema.

En cualquier caso, son los otros dos, los que exigen una continua actualización y adaptación tanto de las actitudes vitales que orientan todo quehacer diario, como sobre los esquemas mentales que cohesionan el pensamiento. La primera cuestión se refiere a las peculiaridades de la vida privada, por lo que en este anexo me voy a limitar a exponer mis esfuerzos por desarrollar mi pensamiento sobre la base de la coherencia entre los tres axiomas.

ENCUENTRO CON CRUSAFONT

Mi inmersión intelectual en lo que considero la esencia de la fe cristiana queda claramente resumida en la carta que el 4 de octubre de 1981 dirigí a M. Crusafont Pairó, traductor e introductor en España del pensamiento de Teilhard de Chardin. Por ello la reproduzco íntegra, así como la contestación que recibí, pues constituyen una base fundamental sobre las que continuaron y continúan mis reflexiones.

            Me tomo la libertad de dirigirme a Vd. para plantearle mis preocupaciones y problemas, porque, por una parte, es Vd. con sus escritos, responsable de ellos en cierta forma, y por otra, porque lo considero la persona idónea para comprenderme y ayudarme.

            La lectura de “El Fenómeno Humano” allá por los años 65 ó 66, me obligó a un profundo replanteamiento de mi forma de pensar, que produjo el segundo gran cambio de mi vida.

            El primero ocurrió cuando llegué a la adolescencia. Educado en un ambiente irreligioso, a los 16 años descubrí casualmente a Jesús de Nazaret. Me enamoré de él. Intenté conocerlo lo más profundamente posible. Leí las distintas vidas que sobre él se han escrito y hasta tengo una medio escrita, de dudoso valor, pero que a mí me ha exigido penetrar en todo el contexto político, social, cultural, de los textos evangélicos. Cuando más he conocido a Jesús, más seguro he estado del lugar único, decisivo, exclusivo, que en la historia humana le corresponde.

            Cuando leí a Teilhard de Chardin y tuve conversaciones y disputas sobre sus textos, hubo una cuestión que dejó en mí una preocupación especial. Algunos compañeros opinaban que la obra de Teilhard era interesantísima, pero encontraban que la inserción en la misma de la cuestión cristiana resultaba totalmente forzada.    

            Y los mismos textos de Teilhard, en cierta forma, inducían a pensar así. No basta con decir que “Dios actúa inmergiéndose parcialmente en las cosas, convirtiéndose en elemento… y desde el corazón de la Materia, tomando las riendas y la cabeza misma de la … evolución”. Ni basta con resumir la situación con que “el movimiento cristiano presenta los caracteres de un phylum. Este phylum progresa en la dirección supuesta por la flecha de la Biogénesis. Esta flecha implica la conciencia de hallarse en una relación actual con un Polo espiritual y trascendente de convergencia universal” Si esto es así, el lugar para decirlo no está en el epílogo. Debería haber estado a continuación del Neolítico, entroncado en el Totum, en la triple unidad de estructura, de mecanismo y de movimiento.

            No se trata de un reproche. La obra de Teilhard es demasiado genial como para reprocharle nada. Pero él en ningún momento ha mostrado pretender ser exhaustivo y definitivo. Es más, toda su obra tiene el aspecto de ser una muestra de visión personal, que invita a compartirla, a desarrollarla, a completarla.

            Lo peor que podría ocurrirle a la obra de Teilhard sería caer en el olvido. Es necesario madurarla, discutirla, desarrollarla, y más aún, en este año de su centenario.

            Un aspecto de este desarrollo es intentar una explicación científica al hecho de que Jesús de Nazaret es piedra angular del desarrollo de un nuevo nivel de evolución.

            Este es un problema que me lleva preocupando muchos años; del que he querido desasirme, pues carezco de unos conocimientos básicos para poderle hacer frente, pero que no he podido, pues continuamente me lo estaba devolviendo el oleaje del pensamiento.

            Problema difícil, por cuanto la teología, demasiado celosa de asegurar la divinidad de Jesús, no acaba de sacar todas las consecuencias que se derivan de que fue VERDADERO HOMBRE, y por otra parte, la ciencia sigue durando en “reconocer que existen una orientación precisa y un eje privilegiado de evolución” y precisamente esas van a ser las dos premisas necesarias: la plena humanidad de Jesús y la existencia de un sentido de la evolución.

            Empecemos por intentar situar previamente los factores que determinan esa evolución. Para Teilhard la cuestión está clara. El factor es el AMOR-ENERGÍA como “propiedad general de la Vida”, “capaz de dar plenitud a los seres como tales, al unirlos”, capaz de “personalizar totalizando”, capaz de armonizar las dos energías: “la tangencial, que hace al elemento solidario de todos los elementos del mismo orden que él en el Universo, y la radial, que le atrae en la dirección de un estado cada vez más complejo y más centrado, hacia delante”.

            Pero ¿cómo traducir el amor-energía a términos utilizables en los niveles atómico, molecular o celular? Cuando Teilhard se pregunta ¿en qué momento llegan a adquirir dos amantes la más completa posesión de sí mismos, sino en aquel en que se proclaman perdidos el uno en el otro?, he imaginado que ese momento era cuando, unidos en un coito, les llegaba a los dos amantes el orgasmo, y he sentido la grandeza de que sea en ese momento cuando se manifieste la potencia creadora del hombre y me ha recordado la cita de Théo Kanan en “Las partículas elementales” pag. 118: “Todas estas partículas son estructuras dinámicas en el sentido de que representan un delicado balance de fuerzas, ya que, en efecto, deben su existencia a las mismas fuerzas que las hacen interaccionar entre sí… los hadrones son criaturas de la interacción fuerte, y cada hadrón ayuda a engendrar otros hadrones que, situados a su alrededor, lo engendran a su vez”.

            En los dos extremos de la evolución, el amor se puede llamar interacción creadora, dándole a estas palabras un sentido amplísimo, un significado de relación interpersonal, opuesta tanto a la individualización disgregadora como al totalitarismo despersonalizador.

            Pero la interacción no se produce entre abstracciones, sino entre individualidades concretas y, por lo tanto, depende de la realidad individual, de la historia personal, de la forma como cada ser resuelve la síntesis de los elementos que lo constituyen y acierta a insertarse en una unidad superior, sin renunciar a su individualidad.

            Como dice Jacques Rueff en “Visión quántica del universo”, pag. 43: “todo existente puede ser descompuesto en una serie de existentes de orden inferior, siendo cada existente una sociedad para los individuos que le preceden y un individuo para la sociedad que le sigue”. Si además aceptamos la recapitulación ontogénica de la filogénesis, el individuo se nos presenta como un todo crucial en la evolución, pues el salto hacia un nuevo nivel, no se da desde una situación indeterminada, sino como depositario de todos los logros que ha alcanzado la evolución hasta llegar a su nivel, pues como dice François Jacob: “los biólogos fueron dándose cuenta de que, bajo la diversidad de los organismos, todo el mundo vivo empleaba los mismos materiales para efectuar reacciones similares… Lo inesperado fue comprobar que la mayor parte de las veces sólo existía una solución para todos los seres vivos. Fue necesario admitir que una vez hallada la solución mejor, la naturaleza se atiene a ella en el curso de la evolución”.

            Debe existir un mecanismo que indique y fije el logro alcanzado, y todo parece indicar que debe situarse en el terreno básico de la energía, sobre todo de su conservación o empobrecimiento, a través de lo que alguien ha llamado “la flecha del tiempo”: la entropía, o su contrario, la negentropía.

  1. Laborit, en el libro “Del Sol al hombre”, cuya traducción Vd. ha corregido y prologado, admite la existencia de niveles negentrópicos en la materia viva. En la pag. 95, dice: “A cada nivel de su organización la materia viva está sometida a dos tendencias opuestas: una tendencia al nivel termodinámico, al desorden, al aumento de entropía, de donde nacía por retroacción la segunda tendencia a la organización, al orden, a la disminución de entropía”.

            En su libro “El fenómeno vital”, en la pag. 89, Vd. llega a plantear una distinción radical al decir: “La materia inerte tiende a la entropía, a la muerte entrópica… Los sistemas vitales… escogen el camino de una negentropía cada vez mayor… con una marcada tendencia convergente que les llevará hasta la consecución de un “télos”, un fin en el bloque espacio-tiempo”. Y en la pag. 90 concreta: “Toda esta febril busca de las máximas eficacias, a lo largo de los phyla o líneas evolutivas, se halla entretejida de variables factores de adaptación. Muchos sistemas que fueron eficaces… dejaron de serlo… y entonces el sistema negentrópico, se halla condenado a la extinción…”

            Jagjit Singh, en su libro sobre “Información, lenguaje y cibernética” llega a aventurar: “Hay pocas dudas de que la existencia de fases disentrópicas en la materia viva, es decir, de fases que conducen a la disminución de entropía, se debe a una especie de selección de los electrones ricos en energía realizada por una gran diversidad de enzimas especiales, que parecen ser cierta especie de demonios de Maxwell que hacen disminuir la entropía por medio de una actividad mucho más compleja que la que llevaba a cabo su precursor de 1871… La actividad de las enzimas celulares, análoga en cierta forma, sugiere que hay seres umbrales intercambiando información (conocimiento) por negentropía (potencia) demostrando así que el conocimiento es poder tanto DENTRO de la vida molecular como FUERA, en la vida humana”.

            Todo pues parece indicar que, cuando un determinado individuo desarrolla su existencia de tal forma que el balance energético interior resulta positivo, es decir, cuando la materia encuentra una situación en la cual la “operatividad” precisa un mínimo consumo de potencial, o no lo precisa, o incluso resulta potenciadora, quizá al llegar a un determinado nivel o en función de ese nivel, se produce una reacción o una desencadenación de reacciones, que fija o patenta el resultado alcanzado en condiciones de transmitirlo a las nuevas generaciones. La evolución ha dado un paso.

            Pero si el resultado no ha sido sólo una cuestión de eficacia interna del individuo, sino que el éxito se ha logrado en la interacción entre distintos individuos, se está asistiendo al nacimiento o consolidación de un nuevo nivel. Jacques Rueff señala los siguientes niveles: de las partículas fundamentales, nuclear, atómico, molecular, cristalino, de los virus, de los organismos de la célula viva (orgánulos, mitocondrios) de las células, de los órganos, de los seres vivos.

            Si la evolución tiene que continuar, tiene que hacerlo a partir del nivel último alcanzado. Lo que está en juego en la actualidad, es el lograr un nivel plurianimal. En este terreno, los éxitos logrados por ciertos insectos (hormigas, abejas, etc.) o algunos mamíferos en el ámbito familiar o de manada, resultan muy pobres al lado del gran éxito alcanzado por el hombre. Porque el hombre, a pesar de todas sus insuficiencias y vaivenes, ha logrado ya una interacción en el ámbito planetario, en el que la humanidad está ya en condiciones de dejar de ser un conjunto de hombres, para transformarse en una individualidad, en un ser fuertemente interaccionado, lo que según Haldane, Comte llamaría “Gran Ser superhumano”, o Teilhard llama la Noosfera.

            Incluso se podría aventurar que la construcción de ese ser macrohumano, está en la actualidad en un momento crítico, pues se encuentra en condiciones, tanto de dar un paso hacia su plena realización, como de caer en el más completo fracaso y en plena neurastenia destrozarse a sí mismo. Tres son, a mi parecer, las señales de esa criticidad:

            * El riesgo nuclear, que puede estallar por error o accidente, o por un chispazo inesperado que surja no importa donde, pues las consecuencias podrían ser igualmente funestas para todos.

            * Las exigencias tecnológicas de producción, que precisan trabajar a niveles mundiales. La división del trabajo y el automatismo permiten ya que una determinada fábrica se plantee el suministro mundial de un producto.

            * La limitación de los recursos naturales, la comprobación de que la Tierra es un patrimonio común limitado y el que el consumo de las materias primas, el agotamiento de las energéticas, nos atañe muy directamente. Cualquier despilfarro, en cualquier parte, nos empobrece. Cualquier envenenamiento de las aguas o de la atmósfera, en cualquier parte de la Tierra, amenaza nuestra salud.

            Como se puede ver, el problema reside fundamentalmente en que el nuevo ser macrohumano, encuentre el equilibrio energético, lo que exigirá nuevas fórmulas de equilibrio y ordenación jurídicas, económicas, sociales, políticas y culturales, pero sobre todo desarrollar una energética humana que reemplace las fuerzas brutales de la selección natural, como dice Teilhard, de forma que a todo ser humano le llegue el alimento necesario y él pueda aportar sus impresiones a la realización de una síquica unitaria y total.

            Porque el logro de un determinado nivel está en la interacción creadora de los elementos que lo integran y en el nivel macrohumano esto no puede realizarse mientras dos tercios de la humanidad no llegue siquiera a ser un elemento real, pues el hambre le impide la plenitud humana y gran parte del otro tercio al consumir mucha más energía de la que aportan resultan entrópicamente decadentes.

            El nuevo nivel macrohumano solo podrán realizarlo aquellos hombres cuya existencia presente un balance positivo de plusvalía, aquellos que por generar más energía de la que consumen disminuyen la entropía, incrementan el potencial.

            La valoración matemática de cada realidad individual, resulta inimaginable que pueda ser realizada, dada su complejidad y la cantidad de factores que intervienen. Pero eso no significa que el organismo no lo pueda realizar. El organismo debe tener algún sistema para valorar la energía consumida y la generada y poder detectar el momento en que se produce el equilibrio o el salto de la entropía a la negentropía, para realizar las mutaciones adecuadas que fijen y patenten el logro, insertándolo en la lenta y amplia cinta evolutiva.

            Ciertamente, el proceso no es simplemente metabólico, ni siquiera económico y productivo. Debe abarcar todo eso, pero mucho más. Debe implicar toda la estructura sicosomática, los procesos mentales de síntesis, la vida afectiva y de relación.

            Tampoco se pueden establecer patrones, pues cada situación personal es tan diversa que resulta de difícil comparación, aunque pueden darse casos extremos de evidente inclusión en uno u otro grupo. Posiblemente, en una determinada época, se hayan dado abundantes casos dentro de una burguesía tremendamente activa e innovadora, o en una clase obrera consciente, que no sólo aportaba el excedente energético de su trabajo agotador, sino el impulso revolucionario de un cambio histórico.

            Pero el prototipo, el elemento primogénito de ese nuevo tipo de hombre negentrópicos, es Jesús de Nazaret, en quien se manifiesta una triple plenitud.

            En primer lugar plenitud física y moral, como el común de sus conciudadanos. No hay ningún mérito particular en ello, pero si interesa resaltarlo, porque el futuro del hombre no habrá que esperarlo en un superdesarrollo del cerebro ni en una granja de genes seleccionados. El hombre, en los tiempos de Jesús, en la “plenitud de los tiempos” dispone ya de los medios para otro tipo de desarrollo. Dispone de unas manos capaces de moldear la obra más sutil; de un cerebro, generalmente infrautilizado, pero capaz de abarcar y relacionar todo el universo y de un lenguaje que le permite comunicarse los más profundos pensamientos, las sensaciones más complejas y extrañas. El hombre está en condiciones de iniciar un nuevo nivel de evolución.

            Y es ese nivel el que Jesús inicia de una forma plena, total, pero difícil de comprender. Quizá sólo San Pablo llega a entenderlo. Jesús es el primero en reconocer y proclamar la igualdad intrínseca de todos los hombres. Los sabios griegos negaban valor a los esclavos. Los antiguos profetas se apoyaban en una preferencia divina hacia su pueblo, con perjuicio de los otros, a los que no importaba ni dolía someter o exterminar. Jesús va incluso mucho más allá de una simple proclamación. Intenta realizar esa igualdad empujando a los poderosos a ceder sus privilegios a compartir su riqueza, ayudando a los más desheredados a conseguir la plenitud física, mostrando su preferencia, tributándoles honores y poniendo por delante de los demás, a los marginados. Y esa igualdad la lleva hasta el extremo de que cuando la propia dinámica del cambio que propugna le lleva a un enfrentamiento mortal, prefiere morir antes que matar.

            En sus últimos años de vida, Jesús realiza una fortísima interacción, estableciendo los lazos de una nueva trama, que le llevan a una plenitud de negentropía. Antes que él, otros tuvieron una existencia que arrojó un balance positivo de potencial energético, como podría ser el inventor de la rueda, el primer domesticador de animales o los que contribuyeron al desarrollo del lenguaje. Pero es posible que no llegasen a un grado suficiente para producirse un cambio cualitativo, como no se produce en el mono que coge un palo, o en el que chilla para alertar a los otros. En Jesús se produce ese cambio y por eso tiene derecho a llamarse “el hijo del hombre”, porque representa una nueva generación.

            Pero esta misma plenitud tiene otra implicación fundamental. Para evitar connotaciones abstractas o metafísicas, repitamos las ya citadas palabras de François Jacob: “Una vez hallada la solución mejor, la naturaleza se atiene a ella en el curso de la evolución”. La solución Jesús es la única viable para lograr la Macrohumanidad. A ella pues se atiene la naturaleza, y por ello Jesús sigue actuando entre los hombres, confirmando sus palabras: “Yo he vencido a la muerte”. Los términos vida y muerte, cuando se contempla el conjunto de la evolución, resultan difíciles de precisar. Llamamos un valle fértil, lleno de vida, aquel que tiene una buena capa de humus. Pero el humus no es más que una acumulación de cadáveres. El hecho de que haya una cierta continuidad después de la muerte, a través de la utilización de las partes elaboradas, no parece que pueda ser discutido por nadie. Lo que parece más difícil de admitir es la prolongación del yo, de mi individualidad consciente, más allá de la muerte, como se produce en Jesús, con su resurrección. Pero esto aún no estamos en condiciones de abordarlo sin recurrir a la fe. Y eso por varias razones: En primer lugar porque no se sabe exactamente que es ese yo, en segundo lugar, porque aún sabiendo que la materia tiene una naturaleza corpuscular ondulatoria, poco sabemos de la proyección ondulatoria de los organismos complejos y finalmente porque la parapsicología aún está muy incipiente y llena de fantasmas. Pero lo que sí podemos comprender ya hoy, es el alcance real y literal de sus palabras: “Mi cuerpo es verdadera comida y el que come de mi carne, vivirá eternamente”.

            Intencionadamente he dejado de lado los aspectos de fe y de trascendencia. Esto es totalmente lícito, pues aunque en la vida esté todo íntimamente relacionado, es corriente estudiar facetas aislada para posteriormente intentar sintetizarlas.

            Así mismo le ruego vea en todas estas ideas, un intento de situarme personalmente ante la vida. No es desde luego, el estudio frío y objetivo de un especialista. Yo soy mecánico, y sé que en mis anteriores palabras habrá muchos fallos de forma y de fondo. No me preocupa la forma, pero si el fondo, y sobre él le agradecería mucho me diera su opinión.

            Atentamente le saluda

Pascual Pont

            PD.- Como no sabía su dirección, la he buscado en la guía telefónica. Pero allí hay tres direcciones. Le envío el original de esta carta a una de ellas y fotocopia a las otras dos.

A finales de octubre recibí la siguiente respuesta del profesor Crusafont:

Mi distinguido amigo:

            El solo hecho de haberme escrito una carta tan larga e interesante y además a tres direcciones distintas, creo que me da derecho a nombrarle amigo mío. He leído con mucho interés su carta –que bien merece ser llamado escrito—y, desde luego, la creo de suma importancia. Creo además que tanto por su fondo como por su forma muy bien cuidada, merece ser publicada como artículo. Se plantea Vd. varias cuestiones de interés para el lector que se considere interesado en las cuestiones teilhardianas.

            Para mí, el papel de Jesús de Nazareth, es de ser el punto Omega de Teilhard, es decir Cristo que en nombre del Padre dirige toda lo existente en el Universo y por su convergencia, atrae hacia él toda la evolución. Es el punto Omega donde se rigen todas las cuestiones que tienen que ver con la existencia de todas las cosas. Desde este punto se rigen todas las leyes de lo existente y es Jesús de Nazareth, con su bondad quien rige todas las cosas hacia el bien y por su convergencia hace caminar a la Humanidad hacia unos senderos nuevos en busca de una anagénesis nueva buscando a una Humanidad que sea como un ente superativo por convergencia gracias a la energía de un amor universal. Un ente superior en el cual encontraríamos como un superorganismo en el que los hombres serían las células y las sociedades los órganos.

            Creo de verdad que su escrito merece ser publicado y aunque sea Vd. mecánico, demuestra conocer el pensamiento de Teilhard como si fuera un filósofo. Yo de Vd. le arreglaría en forma de escrito y lo haría publicar.

            Por mi parte no me queda sino felicitarle por sus ideas y por el magnífico contenido de su carta a la que no contesté antes por motivos de salud que aún ahora no anda muy bien. Esto quizás pueda explicarle el porqué mi respuesta sea corta, en comparación con su carta. Pero de verdad no ando muy bien de salud y he de cuidarme y no realizar ejercicios demasiado fatigosos. Por lo demás, Vd. no me pedía más que mi opinión que yo le he dado con suma franqueza.

            Escríbame Vd. con entera franqueza y libertad y yo le contestaré aunque sea con retraso como ha sido en esta ocasión.

            Puede Vd. disponer de mi y yo aprovecho la oportunidad de haberme mostrado su confianza, para mandarle mis más cordiales saludos y una intensa felicitación, suyo affmo. amigo

M. Crusafont

LA SOLEDAD DEL COMULGANTE

Rehíce mi carta dándole forma de artículo como Crusafont me indicaba e intenté, sin lograrlo, publicarla por varios medios, a pesar de que Crusafont hizo también algunas gestiones al respecto. La salud de Crusafont fue empeorando haciendo imposible la continuidad de esta correspondencia que quedó definitivamente cerrada cuando murió poco después. La experiencia de esta correspondencia y las dificultades encontradas no sólo para publicar sino incluso para debatir las ideas expuestas, acentuaron algunas de mis dudas y contradicciones.

Una cuestión tenía clara y me daba una gran estabilidad. La fe en Dios no se alteraba por pasar del creacionismo al evolucionismo, ni por cualquier otro istmo que los seres humanos hayan creado para explicar la existencia, pues si Dios existe, no puede quedar condicionado por ningún esquema doctrinal. En este sentido me adhiero a la actitud de Bohr, quien, ante la afirmación de Einstein de que “Dios no puede jugar a los dados”, replicó: “No es asunto nuestro prescribir a Dios como tiene que regir el mundo”. Efectivamente, Dios pudo crear a los seres tal como ahora los vemos, o pudo crear a la mónada y dotarla de una dinámica y una libertad, dando al azar una función fundamental, y cuya dialéctica conjunta han producido la realidad actual. La cuestión del azar es objeto de polémica porque se entiende de dos formas opuestas. Por una parte, se relaciona con un devenir caprichoso que escapa a toda teleología y teleonomía, pero por otra, cabe utilizarlo como una forma de garantizar las mismas probabilidades a todas las relaciones combinatorias. Es lo que mueve a algunos programadores informáticos a introducir factores aleatorios en sus programas, a pesar de que éstos se elaboran con una finalidad bien determinada.

La fe no es algo que se “tiene” de una vez para siempre sino un caminar hacia la comprensión viva de la existencia, y esto afecta tanto a los individuos como a la comunidad humana. Los hombres han evolucionado en su relación con Dios, como un hijo cambia la relación con su padre, pero Dios seguirá siendo el mismo cualquiera que sea la forma de concebirlo. La fe es fe y no ciencia, porque no hay ninguna seguridad en que nuestra forma de sentir a Dios sea la correcta. Por eso hay que cuidar la sensibilidad de escucha, para evitar que creamos estar escuchando a Dios cuando en realidad nos estamos escuchando a nosotros mismos. El concepto de la mónada nos protegía de este riesgo, pues nos situaba ante todo el maravilloso progreso de integración logrado hasta ahora, y ante la responsabilidad humana de completarlo lo mejor posible, lo que derivaba en un compromiso social que se oponía a cualquier egoísmo acomodaticio. La dialéctica entre la soledad y la comunión plena con toda la humanidad se me presentaba al tener que decidir mi actitud existencial.

Por una parte estaba el sentido de mi reflexión y de mi escritura. ¿Qué pretendía yo aclarar con mis escasos y dispersos conocimientos que no hubieran aclarado ya otros mejor preparados? ¿Para qué servía mi reflexión, si todo iba a quedar en mí y en unos papeles que el tiempo destruiría? ¿No sería más negentrópico dar de comer al hambriento, vestir al desnudo…?… Todas estas preguntas quedaban en realidad en el aire, pues la necesidad de continuar mi reflexiva investigación se me imponía desde el interior con una fuerza que cuestionaba mi libertad y me hacía temer que quedara convertido en un iluminado, un ser poseído por una obsesión tomada como la Verdad.

Afronté este problema con el antídoto del amor, (consigna fundamental del mensaje evangélico que algunos traducen como caridad y yo prefiero verlo como solidaridad) bien entendido que el amor universal empieza por el amor al que tengo al lado y, por lo tanto, tenía que evitar que mi preocupación y dedicación filosofantes entraran en conflicto con las exigencias de amor de mi familia, mis compañeros de trabajo y mis vecinos. Un letrero en mi parroquia advirtiendo de que no se llevara más ropa para los pobres, me indicaba que el problema de la pobreza no se solucionaba con limosnas y buenas voluntades y las campañas de alfabetización llevadas a cabo en Nicaragua en los años 80 a pesar del infame asedio de la contra, me mostraba la necesidad de unas estructuras plenamente solidarias y, entre ellas, las estructuras mentales suficientemente maduras y equipadas para poder hacer frente a las manipulaciones de los poderosos opresores. El problema no estaba en la utilidad de la reflexión y la escritura, sino que mi reflexión y mi escritura respondieran a las exigencias teologales: fe en mi mismo y en lo que hacía, esperanza de que fuera de utilidad, y, sobre todo, caridad, que el móvil fundamental fuera el deseo de que sirviera para que los seres humanos se entendieran y se ayudaran.

Por otra tenía que situar a Jesús en relación con todo el proceso existencial. En mi carta a Crusafont mostraba mi desacuerdo de que Teilhard hubiera situado la cuestión cristiana en el epílogo, cuando yo consideraba que debía ocupar el centro de su obra. Pero yo ahora, en este trabajo sobre el sentido común de la existencia, incurro en lo censurado y sitúo la misma cuestión en un anexo, lo que puede interpretarse como una marginalidad, cuando es todo lo contrario. Se trata de evitar convertir el cristianismo en una nueva ideología. El mensaje de Jesús se convirtió en una ideología cuando se quiso justificar con la lógica griega, especialmente con la aristotélica y platónica. El hombre precisa de la ideología, precisa construirse una hipótesis racional y global del sentido de la existencia y para eso utiliza el cerebro cortical. Pero el cerebro cortical construye a partir de las opciones fundamentales adoptadas por el cerebro límbico, que es el que determina la relación global, emocional, del individuo con el mundo. Jesús es la plenitud manifiesta de una opción. Es como esas fibras que en el interior de los cristales blindados garantiza la permanencia de la unidad de todo el conjunto, pero con la diferencia de que cada nudo o enlace de la red goza de libertad para aguantar las tensiones de la solidaridad o se desinteresa del entorno y mira sólo su propio provecho. Esta posibilidad de opción convierte a cada individuo en clave de la existencia, en centro del universo, y lo enfrenta, en mayor o menor grado, según su sensibilidad y sentido de la responsabilidad, a una profunda soledad.

El trabajo en el taller, la dedicación familiar y los compromisos con la Asociación de Vecinos del barrio, en ocasiones muy fuertes debido a la marginalidad que sufríamos, evitaban que esa soledad fuera agobiante. Y continué mi búsqueda intelectual en tres frentes: la vida de Jesús que estaba recreando, el desarrollo de la mónada compleja que describo en el documento 03 “Recorrido personal”, y mi participación en el movimiento esperantista.

LA FE DE ÁMBITO HUMANO

Mi deseo de participar activamente en algún movimiento que actuara efectivamente por lograr la fraternidad de toda la Humanidad respetando su diversidad, me hizo interesarme por el Esperanto. De su experiencia extraje la certeza de que la unidad en la diversidad era totalmente posible. Una vivencia destaca sobre todas las demás: En Julio de 1993 se celebró en Valencia el Congreso Universal de Esperanto. Formé parte de la Comisión Local organizadora por lo que tuve que participar en las reuniones preparatorias con los miembros de la Oficina Central de la Asociación Universal de Esperanto que vinieron en diversas ocasiones para aportar su experiencia y asegurar el buen funcionamiento de los más diversos aspectos. Durante el Congreso ejercí como responsable local en la Escuela de Magisterio. Esto dificultó mi participación en los actos más multitudinarios que se celebraban en el Palau de la Música, pero me permitió vivir muy de cerca las diferentes secciones y organizaciones que celebraban en la Escuela de Magisterio sus específicas conferencias y encuentros. También tuve que hacer de guía en uno de los autobuses que salieron hacia los más diversos lugares con fines turísticos. En concreto en el que fue a Teruel y Albarracín. Tanto a la ida como a la vuelta fui explicando las características e historia de los lugares que atravesamos. Obviamente en todas estas reuniones, conversaciones y charlas, el único idioma que se utilizaba era el Esperanto, que mostraba claramente su riqueza, pero sobre todo probaba con evidencia su respeto a la singularidad personal. Los participantes eran de muy diversas naciones, de muy diversas creencias religiosas y filosóficas, y de muy diversas profesiones y aficiones y sobre todas estas diferencias planeaba la satisfacción de estar construyendo una verdadera fraternidad universal, en la que nadie, absolutamente nadie, podía sentirse excluido.

También debo destacar que en las gestiones que tuve que realizar con los miembros de la Escuela de Magisterio, percibí dos actitudes muy diferentes. Por una parte, los directivos mostraron un gran distanciamiento, haciendo ostentación de no compartir lo que consideraban una secta de visionarios. Por otra, las mujeres de la limpieza me comunicaron su admiración porque nos pudiéramos entender tan fácilmente gente de tan variada procedencia e incluso alguna de ellas participó en los masajes que en una de las salas realizaba un fisioterapeuta japonés.

El hecho de que unas 2000 personas pertenecientes a 61 países se estuvieran entendiendo con fluidez y profundidad en una lengua que todos consideraban como propia, debería ser objeto de análisis y reflexión por parte de todos aquellos interesados por la comunicación humana y, en especial, de aquellos que pretenden mantener una actitud científica porque se ajustan a los hechos objetivos y probados. Las diferentes respuestas ante un hecho de tan alta significación mostraban claramente que había una opción fundamental que subyacía a todas las demás y que distinguía a las personas que creían en una comunicación entre iguales, y los que creían que era inevitable la vigente dinámica de dominación. Estas opuestas creencias no se correspondían con ninguna confesionalidad religiosa, atea, agnóstica, laica. La opción se correspondía con actitudes de trascendencia en el ámbito estrictamente humano.

En este mismo ámbito descubrí otros dos problemas fundamentales de la fe, situados en los extremos opuestos de lo más profundo del individuo, puesto que uno exige asumir la propia individualidad frente al entorno aunque ello conlleve el amargo sentimiento de la soledad, mientras que el otro exige el abandono de la propia individualidad para ser fiel a las exigencias del entorno.

 

KABEI

Esta palabra es un verbo que en Esperanto indica la acción de quienes habiendo sido activos y entusiastas esperantistas abandonan el movimiento de forma súbita y radical, sin que medie una crítica ni al movimiento ni a la lengua. Se trata de una acción muy diferente a la disidencia por motivos políticos, que lleva a crear nuevas asociaciones con identidad política diferente pero manteniendo invariable todo lo referente a la lengua, y en este sentido hay un gran número de asociaciones que dan cabida a las más variadas ideologías y aficiones, pero que permanecen profundamente unidas e intercomunicadas a través de la lengua. También es diferente a la actitud de quien considera que el Esperanto es mejorable y lo reforma por su cuenta, lo que ha generado toda una serie de escisiones de escasa o nula resonancia, porque lo fundamental de una posible lengua universal no es que sea perfecta, pues la perfección no existe con carácter absoluto, sino que sea común, que sea sentida por todos como propia.

El que sigue la dinámica kabei es plenamente consciente de que el Esperanto cumple satisfactoriamente la función de lengua común universal; ha experimentado la satisfacción de hablar, discutir, reír, proyectar, trabajar, organizar… con gente que tienen como propia lenguas muy diferentes y que han encontrado en el Esperanto el camino para un entendimiento universal; ha degustado la diferencia entre los idiomas en que la única salida ante un encontronazo con la lógica es remitir a los académicos [1] y éste, en que la lógica reboza por todas partes, proporcionando la enorme satisfacción de utilizar continuamente la propia capacidad de razonamiento; ha gozado escuchando a los buenos oradores de verbo fluido y leyendo la extensa literatura que muestra la riqueza del léxico y de matices y la capacidad del autor de crear nuevas palabras perfectamente comprensibles por el lector, debido a que uno u otro utilizan la misma lógica y los mismos principios normativos.

Por lo tanto no se puede considerar que el abandono se deba a que haya perdido la fe en el Esperanto, puesto que no se trataba de una cuestión de fe, ya que su realidad la había constatado plenamente, vivido experimentalmente. Lo que había perdido era la fe en que la humanidad lo aceptase como forma de comunicarse. Había perdido la fe en ganar la batalla frente a las grandes lenguas que se disputan la hegemonía en el mundo y, en especial, el actual dominio del inglés. Conviene recordar que Kabe, de quien procede el verbo kabei, dejó el Esperanto en 1911, cuando el francés era el que dominaba de forma absoluta la comunicación internacional. Creer que el Esperanto podía desplazar al francés de aquella función, era creer que el débil puede vencer al fuerte. Hoy el francés ha sido desplazado por el inglés, no porque sea una lengua mejor y más adecuada para las relaciones internacionales, sino porque tenía detrás un ejército y una economía mucho más fuerte. Creer en el Esperanto es pues creer que la fuerza de la razón puede vencer algún día a la razón de la fuerza, es creer que el ser humano puede alcanzar algún día la plenitud de su capacidad racional.

La dinámica kabei se incrementa cuando se produce algún hecho que demuestra que los seres humanos están dispuestos a soportar las estructuras y los sistemas más costosos y absurdos, con tal de no ceder ninguna parcela del poder que en ese momento tienen. Es el caso de un Parlamento Europeo que quiere dialogar con 23 lenguas oficiales y otras tantas llamando a la puerta y no llegan ni siquiera a plantearse oficialmente la posibilidad de una alternativa como el Esperanto. Es comprensible que los esperantistas sientan que están perdiendo el tiempo y predicando en el desierto. Abandonar por ello es como si uno se hiciera pacifista cuando no hay amenaza de guerra, y dejara de serlo cuando ésta estalla o está a punto de estallar. La fe en que los hombres puedan vivir en paz y armonía, es muy pobre y superficial si depende de las posibilidades efectivas de que ésta se logre. No hay ninguna evidencia de que los seres humanos descubran y acepten las ventajas de vivir en armonía. Es el precio que se paga por la libertad. Por eso luchar para que esa armonía se haga realidad, no es una cuestión de estrategia, sino de fe.

 

LA ESENCIA DOGMÁTICA

El problema opuesto se presentó cuando preocupado por la problemática lingüística desde la perspectiva social escribí “El lenguaje transferido”. Si bien mostraron su interés grupos tan opuestos como el Kolektivo Esperantista Komunista y los Bahai, la mayoría de esperantistas lo vieron con recelo e incluso animadversión. En esta obra intento explorar desde muy diversos puntos, la necesidad de una lengua lógica, sencilla y neutral, que pudiera ejercer como lengua común para toda la humanidad, capaz de respetar y valorar la singularidad de cada comunidad lingüística. A la hora de plantear cual tiene que ser esa lengua sostengo que el Esperanto es una obra maravillosa que ha mostrado sobradamente que puede ejercer esa función. Pero el Esperanto fue creación de un solo hombre, que la dio a conocer en 1887, y es indudable que ahora se dispone de muchos mejores medios para construir una lengua común a todos los pueblos. El simple hecho de mencionar que la humanidad pueda llegar a entenderse en una lengua común, sencilla, lógica y neutral, que no sea el Esperanto, despierta en muchos esperantistas una fuerte oposición.

De poco sirvió aclarar que en ningún momento pretendía reformar el Esperanto y crear un nuevo cisma, que lo que planteaba era que lo esencial era que la humanidad dispusiera de esa lengua sencilla y lógica que todos pudieran considerar como propia, y que la utilizara plenamente, y lo secundario que esa lengua fuese el Esperanto. De poco sirvió también que el primero en ver las contradicciones e imperfecciones del Esperanto fue Zamenhof, su creador, pero que, cuando pretendió mejorarlo, el Esperanto estaba ya en plena expansión y por ello consideró que ya pertenecía a toda la comunidad y sometió a ésta la aprobación de la reforma, que fue rechazada, cumpliendo el viejo adagio de “ser más papistas que el Papa”, pero también para confirmar que lo importante de una lengua no es que sea perfecta sino que sea sentida como común.

Por esa misma razón no sería yo quien pusiera objeciones a que la comunidad internacional adoptara como lengua común el Esperanto, pero tampoco las pondría a que fuera otra que, gracias al progreso tecnológico y a la colaboración mundial, reuniera mejores condiciones para ser sentida por todos como lengua común. La oposición a esa idea me descubría que lo importante, para muchos, no era que la humanidad dispusiera de ese medio, sino que ese medio fuera el Esperanto tal como ellos lo conocían. Es el problema fundamental que se presenta a todo individuo de superar el egocentrismo para responder adecuadamente a las exigencias comunitarias.

El dogmatismo, en cuanto que mi verdad no admite otra verdad, no es una cuestión de los altos guardianes de cualquier fe, sino que forma parte de la actitud esencial de muchas personas, que se puede manifestar en los aspectos más diversos. Eso, lejos de debilitar mi fe en los seres humanos, lo que hace es sumergirla en una plena significación religiosa, y centrarla en Jesús de Nazaret, verdadero hombre que en su amor se revela el verdadero Dios.

La trascendencia divina o suprahumana no supone ninguna ruptura con la humana porque se apoya en la aportación fundamental de Jesús al devenir humano, en la que se puede distinguir su mensaje, y su vida, muerte, y resurrección.

 

EL MENSAJE DE JESÚS

No se trata de un posible cuerpo doctrinal de muy dudosa garantía, sino del núcleo central de su mensaje, de su aportación al mundo de las ideas plenamente asumidas, de aquello que de forma indiscutible ha intervenido en la formación de la conciencia humana y que puede resumirse en: TODOS LOS HOMBRES SON HIJOS DE DIOS Y POR LO TANTO INTRINSECAMENTE IGUALES.

Antes de Jesús nadie lo había planteado. Todos habían establecido sutiles o burdas distinciones que les permitiera colocarse a sí mismos como protagonistas y a los demás como meras comparsas o elementos negativos, llegando a definir sustanciales diferencias entre el varón y la mujer, el escriba y el analfabeto, el nativo y el extranjero, el joven y el viejo, el judío y el gentil, el hombre libre y el esclavo, el brahman y el intocable, el hombre superior y el inferior de Confucio o el monje y el laico budista.

La proclamación de la igualdad por parte de Jesús no fue puramente retórica, sino que contiene elementos capaces de producir un cambio profundo en las relaciones entre los hombres. Estos elementos son fundamentalmente tres:

* EL CAMBIO EN LA NOCIÓN DE PODER. Los seres humanos, aunque iguales en esencia, no lo son en las circunstancias (genéticas, económicas, ambientales, históricas, etc.) que pueden resultar más favorables a unos que a otros, lo que les confiere una diferente realización personal, de la que resulta una amplia gama de individuos diferentes. Jesús plantea que estas diferencias se traducen en obligaciones proporcionales al poder alcanzado. El que más ha recibido debe rendir más. Esto resulta elemental desde la perspectiva energética. Un motor más potente debe mover más carga. Jesús transforma el poder en servicio, al exigirle un resultado negentrópico.

* EL NO CATALOGAR AL INDIVIDUO POR SU CIRCUNSTANCIA SOCIAL. Jesús no es ningún ingenuo que considere que todos los hombres son igualmente buenos. Conoce bien la existencia del mal, pero se opone rotundamente a que por el mero hecho de pertenecer a un determinado colectivo, se le asigne a cada individuo los vicios o virtudes que se atribuyen al colectivo. Jesús busca el fondo de cada persona, su individualidad, que se traduce en que aún perteneciendo a un colectivo negativo, puede haber individualidades positivas. Para mostrar este criterio Jesús recurre a testimonios provocativos. Cuando a los judíos les pone como modelos a gente de Sidón, Siria o Samaria, podemos comprender la violenta reacción de los judíos, si nos imaginamos, por ejemplo, que a un católico del Ulster le propusieran como paradigma el comportamiento de un protestante de Belfast.

* ESTABLECER QUE LA FE EN DIOS SE REALIZA A TRAVES DE LA FE EN EL HOMBRE, lo que implica una nueva relación con Dios, pero también una nueva relación con los hombres. Quien manifieste creer en Dios debe considerarse obligado a tratar al hombre como una realidad sagrada, que merece mucho más respeto que cualquier otra “cosa” sagrada y al que hay que ayudar a que alcance la plenitud a que está llamado.

El valor del mensaje de Jesús no parece ser discutido. Está generalmente admitido que en la historia de la humanidad ha inspirado el arranque de los grandes movimientos revolucionarios. La fuerza subversiva de su mensaje no puede ser asumido por quienes ejercen el poder entrópico, independientemente de que se proclamen seguidores de Jesús. La confesionalidad tiene una importancia secundaria, pues, por una parte, lo esencial de su mensaje, la dignidad de todo ser humano sin excepción, forma parte del patrimonio ideológico de la humanidad y está reivindicado en los idearios más dispares, y, por otra, lo más importante de Jesús, y más aún desde la perspectiva evolutiva, no es su mensaje, sino su vida.

 

VIDA, MUERTE Y RESURRECCION

La sabiduría popular ha sentenciado que “una cosa es predicar y otra dar trigo”. Consecuentemente habría que preguntarse si además del programa, del mensaje que predicó, la vida de Jesús representó un verdadero paso hacia delante en la historia humana, y puesto que lo esencial de su mensaje fue la igualdad intrínseca de todos los hombres, hasta que punto encarnó esta creencia. Recuerdo un amigo que en la muerte de su madre me comentó: “Se va bien llena. Dio mucho más que recibió”. Además de suponer el definitivo cierre del balance de la existencia, la actitud ante la muerte es lo que mejor resume la actitud profunda ante la vida, pues en ese momento supremo se descubre lo que había de artificialidad y conveniencia en muchas actitudes.

Jesús asumió de tal forma la igualdad de todos los hombres y consecuentemente el inmenso valor de cada uno de ellos, que cuando llegó el enfrentamiento a muerte con sus enemigos, prefirió morir antes que matar. En la Alemania nazi ser objetor de conciencia equivalía a ser condenado a muerte. Hubo objetores y no es les puede considerar mojigatos ni masoquistas. No es que quisieran morir. Simplemente se negaban a matar.

Pero lo que realmente hace de Jesús un punto de inflexión hacia una nueva especie en la evolución humana, es su resurrección. Se ha cuestionado mucho esta resurrección, incluso por personas muy significadas. En abril de 1991, el médico de la Reina de Inglaterra, es decir, de la máxima autoridad de la Iglesia Cristiana Anglicana, afirmaba que Jesús no resucitó porque no murió realmente, sino que “sufrió una lipotimia por falta de riego sanguíneo. Estando inconsciente y con la piel grisácea, daba la impresión de estar muerto y no cabe duda de que los presentes creyeron que había fallecido. Después de ser bajado de la cruz y tendido en el suelo, Jesús empezó a recuperarse”.

Toda discusión es vana porque es imposible reunir ahora pruebas de cualquier clase. La resurrección de Jesús es una cuestión de fe, como también es una cuestión de fe el otorgarle a la existencia un último sentido capaz de merecer arriesgar nuestro bienestar y nuestra vida. Pero resulta incongruente declararse cristiano y negar la resurrección de Jesús, pues como dijo Pablo de Tarso: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”.

Desde una perspectiva energética y evolutiva puede resultar más consecuente no proclamarse cristiano porque no se acepta todo lo que este término conlleva actualmente, y aceptar la resurrección de Jesús por lo que supone de recuperación del valor activo de la energía, tal como lo va logrando la evolución de los distintos niveles. La resurrección es la base de la esperanza. Significa que el grano de trigo no ha muerto inútilmente, no ha sido aplastado entre adoquines, sino que al caer en suelo fértil ha fructificado y dado un rendimiento de mil por uno. Otra cuestión es si ese fruto lo produce directamente o a través de otro, si conserva su misma individualidad o si se diluye en otra más amplia.

Para mejor situarse conviene recordar la doble naturaleza, corpuscular y ondulatoria, de la existencia. La muerte destruye el sistema corpuscular. Esto parece evidente. Pero sabemos muy poco sobre como queda su proyección ondulatoria. ¿Queda como un eco permanente, fosilizado, que puede conservarse a lo largo de miles y millones de años como ha permanecido y nos ha llegado el eco del Big Bang? No hay respuesta para esta pregunta, aunque es de esperar que se vayan realizado aproximaciones en la medida en que se vaya conociendo el universo vibratorio que emana de los individuos de los distintos rangos evolutivos, y especialmente del humano. Pero mientras esto llega, y puede ser que tarde en llegar con la suficiente evidencia, la cuestión de la resurrección de Jesús y con ella, la del ser humano que alcanza la plenitud del negentropus, seguirá siendo una cuestión de fe.

 

PUNTUALIZACIONES

La valoración de la muerte de Jesús como prueba de plenitud del hombre nuevo o negentropus, exige ciertas puntualizaciones para evitar caer en algunas interpretaciones que han derivado en un reprobable masoquismo. Jesús de Nazaret tuvo que pagar con su vida la proclamación de la fe en el Hombre, porque los poderosos no quieren renunciar a su poder, aunque esté basado en la injusticia. Todavía en la actualidad tal proclamación sigue entrañando un alto riesgo, pero hay que dejar bien claro que este riesgo, sea de muerte o de cualquier tipo de sufrimiento, no está inducido por el que lo sufre, como podría ser el suicidio-protesta a lo bonzo, o el kamikaze, sino por sus contrarios, al igual que los que mueren de hambre y de miseria a causa del derroche de otros.

La evolución avanzará en la medida en que la condición de negentropus no vaya ligada al sacrificio, sino al placer, cuyo paradigma puede considerarse la satisfacción sexual, a la que se deben aplicar tres condiciones fundamentales: 1) no obligar a otro a que nos lo proporcione; 2) no renunciar al propio placer; 3) no desentendernos del placer del otro. La infracción de cualquiera de ellas trunca la función de la unión sexual, pero cualquier pareja sabe que lograr la mutua satisfacción presenta con frecuencia serias dificultades. Las dificultades para lograr la mutua satisfacción de las necesidades son de naturaleza diferente cuando están implicadas un mayor número de personas, como son la satisfacción de necesidades como la vivienda, la alimentación, la educación, la higiene, etc. en cuyo caso las condiciones señaladas para la satisfacción sexual, que se sitúan en el ámbito de la relación personal, se deben cumplir también en el ámbito de la comunidad como conjunto, por lo que se deben establecer mecanismos y estructuras que aseguren la plena satisfacción a todos sus miembros sin excepción.

 

JESUS, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

La naturaleza de Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, al proyectarse sobre toda la humanidad, cimienta y dinamiza el desarrollo de una nuevo rango evolutivo, de una nueva individualidad erigida sobre un cuerpo místico, a la vez que físico, que comprende a la Tierra como totalidad. Pero el logro de este nuevo rango no depende de que se confiese públicamente la adhesión a Jesús, no es una cuestión de confesionalidad, sino de que se viva plena y eficazmente su mandato de amor.

La vida de Jesús que aludo en mi carta a Crusafont la escribí en los años 60, cuando el Papa Juan intentaba evangelizar la Iglesia. La escribí con el fin de ayudarme a descubrir lo que era esencial y universal en el testimonio y enseñanza de Jesús, con el fin de liberarlo de las circunstancias concretas espacio-temporales en que se desarrolló, así como de la hojarasca que le ha ido acumulando tanto el folclore y la superstición popular como la manipulación de los poderosos.

Para ello cambié el nombre de Jesús por el de Yekris y lo situé entre los años 1936 y 1969 aproximadamente, en el corazón del Asia central, creando un país imaginario en el apéndice que se forma en el norte de Afganistán, en el que un Islam de fuerte contenido profético y nacional, aislado y olvidado entre el ateísmo soviético, el hinduismo y el Islam más ortodoxo, se veía sometido a un dominio colonialista de confesión cristiana, así como sufriendo todas las convulsiones que representa el tránsito de una cultura medieval a la globalidad moderna. Esta ubicación me supuso serias dificultades de documentación ya que en aquella época apenas circulaba información sobre aquella zona y no pude aplicar el rigor ambiental que hubiera deseado.

Tampoco pretendí en ningún momento hacer una exégesis de los evangelios y aunque procuré ser fiel a la letra, no coarté mi libertad en la necesaria adaptación a las nuevas circunstancias. Para mí lo fundamental era seguir el desarrollo de un musulmán profundamente creyente en un Dios creador, que como buen padre tenía que amar por igual a todos sus hijos. La fe en Dios no podía ser nunca motivo de enfrentamiento ni tapadera de explotación, sino al contrario, exigencia de unión y de ayuda al más necesitado. Su pretensión de que todas las personas alcancen la plenitud a que están llamados, tropieza con la mezquindad de quienes prefieren ser tuertos en un país de ciegos que compartir con todos la plenitud de la visión y al igual que el verdadero amor no hace distinciones por razas y creencias, tampoco lo hace su negación, que se nutre de situar la ambición por encima de cualquier otra consideración, y por eso la muerte de Yekirs es decretada por musulmanes y cristianos que arrinconan sus diferencias, como en otro momento las arrinconaron el Sanedrín y el procurador romano para condenar a Jesús.

En cualquier caso, los sucesos posteriores, con la afirmación islámica de las repúblicas exsoviéticas, la emergencia de los talibanes y la conversión de Afganistán en el centro espiritual del terrorismo mundial de Al Quaeda, han dado a mi historia un cierto sentido profético, aunque en realidad se trata de una historia que se está repitiendo continuamente. En la historia de los pueblos hay momentos cruciales que deciden la orientación futura de todo el colectivo, sometido a la intensa pugna de los extremismos excluyentes. En medio de la pugna hay esfuerzos de encuentro, de aproximación, propuestas de soluciones armónicas en las que quepan todos, aunque esto exija ciertas renuncias. El fracaso de estos esfuerzos nunca es definitivo, pues cuando triunfan las posturas extremas y se sufren sus terribles consecuencias, se recuerdan aquellas posibles salidas que ahora ya resultan inviables.

Jesús sigue vivo en Yekris, que puede simbolizar a todos aquellos cuya existencia arroja un balance energético que los hace incorporarse de forma directa al phylum, a la rama evolutiva del negentropus, sin necesidad de cambiar los signos de su fe ni de recibir el reconocimiento de cualquier confesionalidad. Cambiar el orden y situar la confesionalidad por encima del comportamiento vital de los individuos y de los pueblos, desfigura por completo el significado de la vida, muerte y resurrección de Jesús y el sentido que da a la existencia.

Al empeño puesto por la Iglesia Católica en que se incluyera en el Tratado de Constitución de la Unión Europea, la función del cristianismo en la formación de la cultura europea, le asiste la razón de que la historia de Europa no puede entenderse sin referirse a las aportaciones positivas y negativas del cristianismo. Pero eso no creo que deba ser la principal preocupación de la Iglesia Católica ni de nadie que se sienta cristiano. Lo esencial es esforzarse para que Europa (toda Europa, incluyendo Estados como Suiza y el Vaticano) sea fiel al legado cristiano siendo fiel al mandato de amor (el único signo por el que debían de ser reconocidos los discípulos de Jesús), reconozca y pida perdón por sus faltas contra ese mandato, especialmente por sus guerras internas y su despiadada rapiña colonial, y, sobre todo, de signos de arrepentimiento y conversión, cambie su actitud depredadora y oriente su acción al logro de una humanidad construida sobre la justicia y la fraternidad.

Con ese mismo espíritu, todo cristiano debería esforzarse por lograr la armonización de todas las religiones, sobre la base de que todas buscan relacionarse con el mismo Dios y orientar su acción hacia el bien común. Eso no significa que tengan que abandonar sus características específicas, sino todo lo contrario, aportar a toda la humanidad lo más genuino y enriquecedor. El sermón de la montaña podría ser una de las mejores aportaciones de la tradición cristiana.

 

ENCUENTRO GOZOSO

La búsqueda de documentación sobre la mónada compleja me llevó a conocer a Agustín Andreu, Director del Aula Atenea de Humanidades del Politécnico. Lo que menos esperaba era encontrar en el politécnico a un hombre de tan profunda, amplia, fecunda y compleja espiritualidad. Cuando conocí su biografía tuve que preguntarme qué hacía en el Politécnico un doctor en Teología, un hombre que había desempeñado relevantes funciones dentro de la esfera religiosa y académica y publicado una gran cantidad de libros sobre teología y humanidades. Pronto supe de su especial empeño en reunir el cuerpo y el alma que había separado Descartes y en derribar el muro que impide la plena integración de la ciencia y la técnica con las humanidades.

Agustín Andreu y yo somos muy diferentes en lo que se refiere a nuestra formación, desarrollo biográfico y capacidad intelectual, pero coincidimos en lo esencial: la fe en la inmensa plenitud a que está llamado todo ser humano, el esfuerzo personal por despejar el camino hacia esa plenitud y el pensar como Juan, el discípulo amado, que “el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve”.

Ya he citado anteriormente en “La soledad del comulgante” lo duro que me resultó caminar en solitario cuando perdí el apoyo que había encontrado en Crusafont. Ahora, al sentirme comprendido y respaldado por un hombre de la talla intelectual y espiritual de Agustín Andreu, descubrí que cuando uno se encuentra con otro de tal forma que vence la soledad, vivifica el misterio que encierra el que uno más uno pueda ser mucho más que dos, y que debió ser lo que llevó a Leibniz a crear la numeración binaria, en la que uno más uno forma una unidad superior, con el mismo espíritu con que desarrolló la unidad dinámica de la mónada.

 

FE DE VIDA

Cuando escribo esto tengo 68 años. Hace doce que me forzaron a jubilarme y he procurado en este tiempo de mayor libertad ser lo más fecundo posible en lo que creía que podía dar más de mí. Ahora calculo que me quedan otros doce años de vida fecunda. Es un cálculo que hago simplemente para, viendo lo que he hecho, prever lo que puedo hacer y jerarquizar mi actividad, orientándolo especialmente a dejar testimonio de mi experiencia vital, cuidando de que mis análisis, estudios y reflexiones estén lo más resumidos y claros posibles para que puedan ser de alguna utilidad tras mi muerte y contribuyan lo mejor posible a la memoria común.

Todos los años tengo que ir al Registro Civil para que certifiquen que sigo vivo. La “fe de vida” que me exigen para el cobro de la pensión encierra una aparente contradicción, pues certifican lo de hoy para que tenga efectos sobre el año siguiente, cuando nadie puede certificar lo que ocurrirá mañana. Aunque quizá no sea tan contradictorio. Vivir el presente debe ejercerse pensando en el mañana y sobre todo en dejar un mundo mejor de lo que uno encontró.

A mi generación esto parece que nos lo han puesto fácil, pues al nacer en plena guerra civil española, no debería ser necesario esforzarse mucho para dejar un mundo mejor que aquel que encontramos. Pero hay muchos indicios de que no va a ser así. La creciente contaminación, el efecto invernadero, los millones de niños que mueren cuando hay suficientes medios en la Tierra para que puedan vivir, el creciente distanciamiento entre los muy pobres y los muy ricos, el recorte de libertades y el incremento de terrorismos de todo tipo, la creciente tensión entre quienes defienden con uñas y dientes sus privilegios y las exigencias de una transformación profunda de las interacciones mundiales para hacer frente a la escandalosa injusticia…., no auguran un futuro del que podamos sentirnos satisfechos los que hemos vivido su creciente desarrollo.

Resulta fácil para cada individuo sacudirse la responsabilidad personal dada la magnitud del problema, máxime cuando el concepto de espíritu, de alma y de Dios se quiere sustituir por la “mano invisible” que según los liberales regula el mercado y con él la suerte de los hombres, o por el “destino” que pretende revelar la cartomancia. Resulta cómodo ignorar que la libertad va estrechamente unida a la responsable solidaridad.

Del futuro personal me preocupa especialmente el que la enfermedad me convierta en una pesada carga y sobre todo, que no pueda yo confesar que sigo vivo, aunque lo certifique la burocracia. Los médicos certifican que el cerebro ha dejado de emitir de forma irreversible. Certifican la muerte biológica. Pero el ser humano puede haber dejado de emitir culturalmente mucho antes. Incluso puede que no haya llegado a emitir nunca, y no siempre por culpa suya. Como también es posible que algunos individuos sigan emitiendo culturalmente, energéticamente, mucho después de muertos. Es importante esta continuidad, pero lo es mucho más que sea vivificante, que contribuya a desarrollar un sentido común que alcance a todo el Universo.

Preparando ese momento he dejado registrado el protocolo de “voluntades anticipadas” o “testamento vital” para que, llegado el momento, la ciencia no alargue inútilmente mi existencia y dispongan de mi cuerpo, carente ya de utilidad por sí mismo, para que pueda aprovechar a otros.

[1] Ver “Los santos inocentes”; Miguel Delibes; Planeta; 1993, pag. 34-40