El 29 de abril de 2014 se inició en el fórum digital Atrio, un curso-taller basado en un libro, entonces inédito, de Nacho Dueñas, del que Oscar Varela avanzaba unos destilados que mostraban ya la riqueza y complejidad de la obra, lo que ese mismo día se puso de manifiesto en los contrapuestos comentarios que le siguieron, lo que hizo intervenir al director de Atrio, Antonio Duato, para señalar el carácter de Suma de la obra y su pretensión de abordar todas las cuestiones y atar todos los nudos, para lo cual indicaba la necesidad de establecer una metodología en el diálogo y empezar por responder a esta pregunta ¿Puede la evolución de la historia y de la ciencia favorecer la esperanza en un futuro mejor para la humanidad? También justificó algunas de las objeciones que se habían presentado y concluyó que Hoy las Sumas no pueden ser obras de una sola persona … sino de un paciente diálogo de muchos. El problema está en cómo hacer que ese diálogo sea de encuentro, de convergencia.
Por eso fue especialmente significativo que tan sólo una hora después de lo dicho por Duato, Lola Cabezudo manifestara a los responsables y promotores del curso-taller, que sus objeciones a esa primera entrega eran infinitas y que lo mejor sería establecer un hilo conductor entre los temas para ir engordándolo poco a poco. La idea me cautivó porque yo estaba trabajando en el desarrollo de una dinámica triuna que pudiera explicar el sentido de la existencia, por lo que, como Lola no sugirió ningún hilo conductor, consideré necesario plantear al público de Atrio la posibilidad de que el hilo conductor fuese la dinámica triuna y el 25 de mayo Atrio me publicó un trabajo con este título: “El hilo conductor = la dinámica triuna”.
Entre los 65 comentarios generados hubo felicitaciones, apoyos y objeciones. Entre las objeciones quisiera destacar las de Rodrigo Olvera, que me planteó la incidencia que en esa propuesta había tenido mi formación cristiana y su concepción trinitaria, lo que me llevó a exponer el proceso personal seguido hasta llegar a la conclusión de la condición nuclear de esa dinámica. Pero lo más importante fue su cuestionamiento de que esa fuera la dinámica. Oscar Varela contribuyó a ese cuestionamiento y apuntó la evolución como posible hilo conductor. Estoy totalmente de acuerdo con la naturaleza evolutiva de la existencia, y con su extraordinaria polifonía. Pero si la ontogenia transcrea la filogenia con creciente singularidad es porque en ambas subyace un mismo espíritu, una misma dinámica, un mismo hilo conductor que es necesario definir para alcanzar una comprensión global.
El 16 de junio de 2014 recibí el texto completo de la obra de Nacho Dueñas que se inicia con la cita de Ernesto Cardenal: La evolución encuentra siempre una salida … Como nunca antes la evolución está haciendo brotar en todas partes del mundo personas que desean un cambio, y proclaman que otro mundo es posible. La cita no especifica de donde hay que salir y que es lo que hay que cambiar, pero es indudable que se refiere al gravísimo caos en que está sumida la humanidad y que Nacho expresa muy bien en los capítulos 3 al 7. La obra termina con esta cita de Teilhard de Chardin: En todos los rincones de la tierra, en este momento, en el nuevo ambiente espiritual (…) flotan en un estado de extrema sensibilidad mutua el amor de Dios y la fe en un nuevo mundo: los dos componentes esenciales de lo ultra-humano. Estos dos componentes se hallan en el aire, por todas partes (…) Tarde o temprano se producirá una reacción en cadena. En el último destilado, publicado el 5 de agosto, Oscar Varela destaca de forma notable esta cita, hasta el punto que parece dar a entender que con ella se resume la esencia del curso.
- SABER Y PODER
El paralelismo entre la obra de Teilhard y la de Nacho nos tiene que ayudar a situar con realismo la esperanza que ambos muestran y que Nacho incluso refuerza al esperar que acabe emergiendo, de modo natural y progresivo, toda una novedosa arquitectura de gobierno mundial de naturaleza democrática. He subrayado la palabra “natural” porque no creo que haya ningún motivo para esperar que el cambio que se precisa se produzca por generación espontánea. Hay que reconocer la gran incidencia que tuvo la obra de Teilhard en el pensamiento cristiano, pero también que no se cumplió su esperanza, pues después de terminar en 1940 la redacción de “El fenómeno humano” la reacción en cadena que se produjo a continuación no fue la espiritual, sino la que sufrieron Hiroshima y Nagasaki, y en la actualidad hay muchas señales de que nos encaminamos a un desastre todavía mayor.
Tampoco la existencia de un amplio sentimiento regenerador, semejante a una nueva era axial, permite asegurar la esperanza en un futuro mejor. El recuerdo de lo acontecido hace 2.600 años es bastante significativo, pues si bien es cierto que personajes como Pitágoras, Confucio, Lao-Tse, Buda, Elías, Heráclito y Mahavira, tuvieron una gran influencia en el pensamiento humano, no se puede decir que cambiaron la conducta humana, como tampoco lo logró Jesús ni Mahoma, pues aunque en un principio generaron una asombrosa corriente de fraternidad, la degradación del cristianismo empezó con Constantino, y la del Islam con la división de los omeyas y abasidas cuyo enfrentamiento continúa con los chiítas y sunitas.
Una cosa es que la humanidad necesite urgentemente un cambio radical de su comportamiento predominante y otra muy distinta que lo vaya a lograr. Incluso a la pregunta formulada por Duato de si la evolución de la historia y de la ciencia podía favorecer la esperanza de un futuro mejor, se puede responder que sí, pero a condición de que historiadores y científicos pongan su saber al servicio de la parte más desfavorecida de la humanidad. La evolución tiende a compartir el saber, pero tiene que ir precedida de compartir el poder y a eso se resisten con todas sus fuerzas los que más tienen.
Según han calculado los científicos, la evolución lleva 13.500 millones de años transformando la energía, el poder de obrar, que permanece cuantitativamente constante, pero mejora cualitativamente al compartirse y devenir en sinergia. Esas transformaciones han producido una sucesión de sistemas interactivos de creciente complejidad. El ser humano es uno de esos sistemas que está llamado a continuar el proceso, pero para ello tiene que ser fiel a la dinámica que lo ha generado y no creerse autorizado a imponer una determinada dinámica porque tiene poder para ello y le aporta personalmente unos beneficios inmediatos.
El sentido de la existencia es inherente al ser y, en consecuencia, todos somos portadores de ella. La cuestión no está en cómo se expresa, sino en que la actitud personal no sea excluyente. Si se reconoce que el otro, cualquier otro, es igualmente portador de ese sentido, la principal tarea filosófica, es decir, de hacer manifiesto ese sentido, será descubrir cómo evitar actitudes excluyentes. El silogismo de Aristóteles está considerado por muchos como la forma más excelsa de filosofar, pero toda su construcción filosófica se derrumba al estar levantada sobre axiomas como el que afirma que la mujer y el esclavo son sustancialmente inferiores al varón libre. Tanto las mujeres como los esclavos han luchado y siguen luchando contra esa subestima, no porque tuvieran argumentos mejor elaborados que los de Aristóteles, sino porque se sentían y se sienten el centro de su existencia y no un apéndice de la de otro. Todos somos filósofos porque todos, de alguna forma, desarrollamos nuestro particular sentido de la existencia. Estos desarrollos serán diferentes entre sí, porque aunque la esencia individual sea la misma, es diferente el espacio-tiempo, el entorno de cada individuo, y el ser es el resultado de la interacción entre el individuo y su entorno. Esto llena la existencia de polifonía, como podemos apreciar en la biodiversidad.
La tarea que hay que acometer no parece que resida en elaborar una Summa, en la que queden atados todos los nudos, pues hay que responder a un mundo abierto y en continuo cambio, que es lo que, de hecho, está haciendo Atrio y lograr que el diálogo no sea de muchos, sino de todos. Quizá nos encontremos ante un problema de lenguaje, ante la necesidad de dar nuevos contenidos y protagonismos a palabras que vienen viciadas de los tiempos dogmáticos que siguen pesando en el inconsciente. Así, hay que hablar de vinculación entre la parte y el todo, entre el individuo y su entorno, entre inmanente y transcendente y entre toda una larga serie de elementos considerados como opuestos cuando son complementarios, lo que debe llevarnos a un nuevo concepto de espiritual, que no es lo que sigue a lo físico y a lo biológico, sino el resultado inconmensurable de la continuidad vinculante, en la que hay que situar también el encuentro entre evolución y creación.
- AZAR E INTENCIÓN
La disputa entre creacionistas y evolucionistas estuvo viciada desde el principio. Para los creacionistas todo era obra de un Dios omnipotente, omnisapiente y omnipresente, que no dejaba espacio para la libertad. Para los evolucionistas todo era obra del azar que reunía elementos que encontraban más ventajoso estar unidos que separados, con lo que se lograba estabilizar estructuras de creciente complejidad. La disputa se planteó con anterioridad a Lamarck y Darwin, cuando Newton expuso el símil del reloj y el relojero para justificar el orden con que se movían los planetas, pues no creía que el movimiento fuese una propiedad de la materia, mientras que Leibniz no veía a Dios continuamente dando cuerda al Universo, sino que había dotado a la unidad material primordial, la mónada, de energía e intencionalidad suficiente para ir generando nuevos y ordenados sistemas, mónadas más complejas que terminarían (de continuarse el proceso indefinidamente) por reunir en unitaria armonía a todo el Universo. En la disputa prevaleció la tesis de Newton porque permitía un reparto de funciones a la ciencia y a la religión, a la materia y al espíritu, y así mantener sus respectivas estructuras de poder aunque ha sido y es causa de irresolubles conflictos, pues contradice el principio unitario de la existencia e impide la aplicación de la mayéutica socrática que descubre e impulsa el singular potencial de cada individuo.
Para la mecánica newtoniana la única diferencia que hay entre la Tierra y Marte es su masa y su distancia, pues prescinde totalmente de su historial evolutivo y de las complejas causas y consecuencias de sus diferentes procesos. Esta inhibición del interior profundo de la existencia es lo que ha provocado que después de más de cien años del descubrimiento de la naturaleza cuántica, ésta sigue rodeada de misterio, como algo inaccesible al común de los mortales, cuando lo que ocurre es que hay que cambiar totalmente de perspectiva existencial, y esto afecta incluso a los sabios implicados en su descubrimiento.
Después de la conversación mantenida con Einstein poco antes de que éste muriera, Heisenberg explicaba sus diferencias: “En la física anterior, Einstein podía arrancar siempre de la imagen de un mundo objetivo que se desenvuelve en el espacio y en el tiempo y que nosotros, en cuanto físicos, sólo observamos desde afuera, por así decirlo. Las leyes de la naturaleza determinan su decurso. En la teoría cuántica ya no era posible esa idealización. Las leyes de la naturaleza versaban aquí sobre la modificación temporal de lo posible y de lo probable. Pero las decisiones que conducen de lo posible a lo fáctico sólo cabe registrarlas estadísticamente, no predecirlas. Lo cual es, en el fondo, como quitarle el suelo de debajo de los pies a la representación de la realidad de la física clásica”.
Esta diferencia entre registro estadístico y predicción también tiene lugar en las interacciones entre humanos, cuando se pretende que éstas respondan a geoestrategias e intereses sectarios y minoritarios, en lugar de procurar que cuenten todos los que deben contar, que son todos los implicados en una determinada operación. La gran enseñanza de la mecánica cuántica, que todos necesitamos aprender, es que cada cuanto, cada unidad elemental de energía, a pesar de su insignificancia, incide efectivamente, con su respectiva singularidad, en el desarrollo evolutivo de la inmensidad global universal. Hay que extender el concepto de vivo a todo lo que tiene su propia pulsión y aprender de los niños, que cuando empiezan a contar, lo que hacen es nombrar.
En cualquier caso, las distintas transformaciones de la energía a lo largo de todo el proceso evolutivo es lo que nos va a enseñar la dinámica profunda que la impulsa, y por eso es necesario hacer un recorrido por este proceso, en el que hay que distinguir tres ámbitos: el cósmico, el terrestre y el humano. En cada uno de ellos hay que considerar la naturaleza de los individuos y entornos implicados y comprobar en qué medida su interacción está impulsada por un continuo flujo entre inmanencia, vinculación y transcendencia. La historia de este flujo, con sus distintos episodios y superposiciones, es apasionante y lleno de enseñanzas, que no se pueden desarrollar en los límites de este artículo, aunque quizá no sea lo más apremiante. El cambio de Gaia por Antropoceno para designar las relaciones entre la humanidad y la Tierra muestra claramente el protagonismo alcanzado por el ser humano y que la Tierra es el entorno común hacia el que tiene que orientarse toda la transcendencia. La finitud de la Tierra no frena la tendencia al infinito, sino que evita que esta tendencia se acomode a la propia inmanencia. Ese acomodo se arrastra seis mil años, desde que la esclavitud y el robo institucional negaron que la transcendencia al infinito pasa por el prójimo, pero ahora el poder de quienes controlan el dinero y las armas ha llegado a tal grado de iniquidad e involución, que se agota el tiempo de evitar que la vida en la Tierra se colapse de forma irreversible.
El principio a seguir para evitarlo es la vinculación solidaria claramente expresada en el viejo lema “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”, y los informes advirtiendo de que la crisis actual es totalmente diferente a las anteriores dado su carácter global y su riesgo de resultar irreversible, se vienen repitiendo desde 1972 con creciente dramatismo. Entre ellos se encuentra el manifiesto elaborado por el grupo GinTRANS2 y dado a conocer el pasado 7 de julio. Se puede descargar de http://www.ultimallamada.org y se puede estar más o menos de acuerdo con su contenido. Pero lo que no se puede negar es que todos vamos en el mismo barco y lo estamos hundiendo. Y no lleva botes de salvamento.
La constatación objetiva de que compartimos un mismo entorno es determinante para el desarrollo evolutivo de una individualidad superior en la que todos sus componentes actúen solidariamente. Pero esto no se logra de forma automática. Se precisan cambios estructurales y catarsis personales que deben afectar de forma especial a los pilares de la evolución cultural: la interiorización del entorno común, el trabajo y la palabra.