Jesús no es un ser híbrido, mitad humano, mitad divino.
Es la manifestación de una divinidad encarnada en una realidad evolutiva y trinitaria.
Jesús habló del Padre y del Hijo utilizando el lenguaje de la época.
Hoy sabemos que la sexualidad no es una exigencia de la reproducción,
sino de la abertura de lo finito a lo infinito que va avanzando en plenitud divina.
Dios Triuno está en el rocío, en la bacteria, en el reptil, en el óvulo, en el esperma.
Pero seguimos sumidos en el misterio y precisados de la Fe para sentir
que 15.000 millones de años se transcrean plenamente en un zigoto,
que una punción pueda sustituir al coito y una probeta a la Trompa de Falopio
y que el blastocito precisa ser acogido por el fiat de una mujer con amor y libertad.
Juan Pablo I llamó Madre a Dios, quizá para destacar su fragilidad y su ternura
y la necesidad de Caridad y Esperanza que debe acompañar al parto,
cuando el Hijo se enfrenta al entorno abierto y a la complejidad social.
Es el tiempo del Paráclito, del Espíritu encarnado
en estructuras de justicia y de verdad.
Jesús nació en un pesebre,
pero ahora debe nacer en una clínica de la sanidad pública,
porque ha llegado el tiempo de un salto de plenitud,
en el que toda la humanidad colabore al armónico desarrollo
de cada ser humano, de cada Hijo de Dios.
Feliz y frugal Navidad